Me resulta muy difícil juzgar el trabajo de los demás. No soy nadie para erigirme en juez de los escritos ajenos sólo puedo, en el mejor de los casos, dar mi modesta opinión. No es que me falte seguridad o crea que no tengo suficientes méritos: casi veinte años de ganarme la vida escribiendo es un buen aval, por no hablar de otros pequeños detalles que me conceden por lo menos un mínimo de autoridad en la materia.
Pues bien, en los últimos tiempos me están llegando muchos textos de autores jóvenes (y no tan jóvenes) esperando recibir un dictámen. No voy a decir que no me sienta halagada por ello. Además, he de confesar que me agrada porque me veo reflejada en muchos de ellos, en sus palabras, en sus anhelos... en su manera de pedirme una opinión o un consejo. No hace mucho yo andaba así, pidiendo opiniones, intentando arrancar alguna palabra de ánimo a los que pensaba que sabían más que yo. Es más, para ser sincera, sigo haciéndolo aunque a otro nivel. Es por eso que intento leerlo todo, ofrecer mi punto de vista, pero a veces no llego.
Luego está el qué decir. Me cuesta emitir malas opiniones, lo siento. Ya sé que una crítica constructiva aunque sea negativa puede ayudar, pero también sé lo sensibles que somos los escritores con nuestras cosas. Y destesto herir sensibilidades. Es entonces cuando me pregunto, ¿qué debo hacer? ¿Y si mis palabras desaniman a alguien que está predestinado a ser un gran escritor o escritora?
A mi mano ha llegado y llega un poco de todo. Gente que sabe escribir muy bien, correctamente me refiero, pero a los que les falta corazón. Otros que escriben con muchas faltas, incorrecciones... pero que me llegan. También he leído cosas publicadas que me han dejado atónita, estupefacta porque me han parecido muy malas y otras que andan por ahí en busca de editorial y que una no se explica por qué nadie ha sucumbido a su magia.
Desconozco cuáles son los criterios. No lo sé, la verdad. Entonces, ¿cómo voy yo a decir si algo es bueno o no cuando los que deciden siguen otras directrices? Como siempre me remitiré a mi caso concreto. Mi novela ganó un premio. La valoración que acompañaba al fallo, y que fue emitida por un equipo de filólogos, fue soberbia, sin embargo, había sido rechazada en un par de editoriales y una agente que la tuvo en sus manos me dijo el consabido bla bla bla no se ajusta al perfil que buscamos bla bla bla le deseamos suerte. En cuanto a mis relatos Jordi Sierra y Fabra, uno de los grandes, cuando le agradecí el haberme elegido como ganadora del II Scream "Cielo Abierto" del que fue jurado junto con Ricardo Gómez me contestó: "No tienes que darme las gracias, el tuyo era el mejor". Si el secreto estuviera en escribir bien seguramente mis laureles serían muchos más (los míos y los de otros, claro está).
En cualquier caso, volviendo a lo de emitir juicios sobre los escritos de otros, en mi caso aplico el intercambio de papeles. Me meto en la piel del que me ha dejado su texto, no me resulta difícil, y pienso lo que le gustaría obtener a esa persona. A mí me hubiera gustado recibir críticas constructivas pero con tacto. Me refiero a que hay que pensarse mucho lo que se va a decir a un escritor que lo está intentando, a cualquiera en general. Nuestras palabras pueden afectarle mucho, incluso hacer daño. Pero tampoco se debe mentir. Si mentimos y no decimos lo que creemos que está mal el que espera nuestra opinión seguirá equivocándose siempre en lo mismo.
De todas maneras vuelvo a lo mismo, ¿quién soy yo para opinar? Así que pensad que si me dais algo a leer siempre recibiréis mi opinión como lector, supongo que, al fin y al cabo, esa es la que cuenta. Otra cosa, pensad también siempre en quién os está dando su dictámen. Mi única crítica... se puede decir que negativa vino precisamente de una persona cuyo única credencial de escritor es haber leído mucho. Si fuera por eso todos seríamos grandes escritores, si queréis un criterio profesional buscad que detrás haya algo más. Y a los que emitís críticas como profesionales, lo seáis o no, tened en cuenta que detrás de los pedazos de papel, de los documentos Word que os leéis, también late un corazón.