Dicen que los perros se parecen a sus amos. Me encantaría pensar que me parezco un poquito a este precioso pastor belga, de nombre Max, que comparte casa y vida conmigo. Nos conocimos allá por el año 2002 cuando él apenas tenía un par de meses de edad. Era un cachorro precioso aunque, la verdad, eso era lo que menos me importaba en aquellos momentos. Llevaba toda mi vida soñando con tener un perro y en esa época lo necesitaba más que nunca, le urgía a mi soledad.
Lo primero que hizo Max cuando me lo pusieron en los brazos fue darme un lametón. Esa fue una estupendísima señal de que estaba dando comienzo una bonita amistad. A partir de entonces nuestras vidas fluyeron paralelas. Él ha sido mi mejor amigo desde entonces, siempre ha estado a mi lado. Pasé una terrible varicela a los 32 años y él estuvo allí, fue el único. Era un simple cachorro de cinco meses con muchas ganas de jugar pero permaneció recostado junto a mi cama montando guardia.
Max ha sido paño de lágrimas, única compañía, hemos escrito una novela a dos manos y cuatro patas, hemos hecho amigos juntos... y juntos también hemos creado un núcleo afectivo al que se unió Robert y del que más tarde nació Lluna. Juntos hemos formado una familia. Max es el cariño desinteresado, es la nobleza, es la protección de aquellos a los que ama... Nunca olvidaré el día en que Lluna y él se conocieron, la ternura de este enorme animal, su delicadeza al olerla y reconocerla, al hacerla oficialmente miembro de nuestra manada. La casa no está completa si él no está, nuestras vidas sin él no serían lo mismo. No es una frase hecha, no es una artimaña literaria, es una gran verdad: Max es mi mejor amigo, el más fiel y el más sincero. ¡¡¡Te quiero Max!!!