jueves, 29 de enero de 2009

RITUALES

Esto de querer ser escritor es algo así como "mamá, quiero ser artista". Es un oficio poco reconocido y mal pagado, si es que te lo llegan a pagar. A veces, incluso, hay que rascarse el bolsillo para poder ver la obra de una en papel. ¿Y el tiempo? ¿Y los horarios? Encontrar un lugar en el que ponerse a escribir tampoco es fácil. No todas las escritoras tenemos nuestra habitación propia, ese espacio alejado del mundanal ruido y de las influencias del exterior para poder viajar a ese otro universo que puebla nuestra imaginación.
Hay tantos mitos como realidades o leyendas negras. El miedo a la hoja en blanco... El que escribir una novela es como parir... El peligro del plagio...
Como suele ocurrir en casi todo, cada escritor es un mundo. Lo que sí que es cierto es que a escribir sólo se aprende escribiendo, aunque parezca una obviedad. También ayuda leer, por supuesto. ¿La manera de salir del anonimato? ¿La forma de dejar de ser inédito? Todas son buenas. Participar en concursos es una de ellas. Llamar a las puertas de las editoriales, otra. Y luego está el hacer contactos, hecho básico en cualquier esfera de la vida actual.
Creerse escritor es uno de los primeros pasos a seguir. Eso no quiere decir que uno deba "ir" de escritor por la vida, simplemente hay que sentirse parte de este bello oficio. Luego, poco a poco, ir explorando los diferentes universos creativos y las diferentes técnicas. Y así, también de a poquito, ir corriendo esta carrera de fondo que es la escritura. Siempre hay algo por aprender. Siempre hay alguna idea merecedora de ser apuntada en nuestra libreta de notas. Cualquier cosa puede ser motivo de inspiración.
Y, finalmente, están los rituales. Crear el nuestro propio nos ayuda a sentir que se está poniendo en marcha el proceso de escritura, que nos disponemos a entrar en un mundo de letras que se unen formando las palabras que nosotros convertiremos en nuestras propias frases. En mi caso, una barrita de incienso quemándose y desprendiendo su aroma en el aire de la habitación, una taza de té que me haga compañía y un diccionario a mano. No me hace falta más. Bueno, mi desgastado teclado y, si el día va bien, la visita de las casquivanas musas. Y así empieza otra historia...

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