Una lectora como yo, enamorada de cada palabra, cada frase y todos los libros, tenía que tener un espacio dedicado a sus lecturas. Descubrí esto de leer como puro vicio y, casi diría, como una manera de vida, cuando tenía 23 o 24 años. Hasta entonces, una economía precaria y un domicilio familiar con libros de pega no me habían ofrecido demasiadas posibilidades.
Recuerdo con cariño, y aún conservo, mis primeros libros. Cuentos de Andersen, Cuentos de Siempre, Sissi Emperatriz, I tu que hi fas aqui?, aquel osito Padintong que tomé prestado en la biblioteca del colegio cuando tenía apenas 8 o 9 años... La biblioteca. Aquel lugar misterioso con sus paredes tapizadas de libros hasta arriba. También recuerdo el olor de aquel lugar y las veces que me dejaban acudir sola a visitarla. Sí, porque resulta que siempre era la primera en acabar los exámenes y no me atrevía a levantarme la primera, hasta que una vez me armé de valor para hacerlo y tuve mi recompensa: la profesora me envió a la biblioteca a esperar que las demás acabaran.
Y así, despacito, descubrí un montón de autores y un sinfín de mundos reales o inventados que estaban esperando a que yo los visitara. Las lecturas obligadas del colegio y luego del instituto que yo esperaba con verdadera ilusión ya que sabía que de esa manera mi madre tendría que comprármelas. Mi primer premio, el Baldiri Reixac, y su recompensa en forma de libros... Y luego, un día, se cruzó en mi camino un libro de magia egipcia práctica en el que venía una oración al dios Thot que haría que los libros vinieran a mí de infinidad de maneras, algunas mágicas o, cuanto menos, poco convencionales. La recité en voz alta. Desde entonces no me han faltado.
Durante un tiempo los libros me aliviaron de las penas, me ayudaron a crear una realidad mágica paralela a la que me tocaba vivir en aquellos momentos y que no me gustaba. Gracias a ellos escapé de la depresión y de la soledad. Más de cuarenta títulos leídos cada año mantenían mi cabeza ocupada y fueron poniendo los cimientos de la escritora que he querido ser después.
Y entonces llegó Lluna. Lluna con su fragilidad y su ternura, primero. Lluna con su desenfrenada actividad y sus ganas de vivir y de descrubrir cada milímetro cuadrado del mundo. Y con Lluna llegó el cansancio y se esfumó el tiempo. Y sin tiempo no había lectura. Y con cansancio no había ganas de leer.
Hasta que llegó a mí mi pequeña lamparita para libros, un maravilloso invento que me cambió la vida y que me devolvió, en parte, a mi mundo de palabras y frases y a mis ratos de páginas y letras. Os invito a visitar mi nuevo blog donde hablo de algunas de las lecturas que he podido hacer y disfrutar desde entonces: librosalaluzdelaluna.blogspot.com .
Recuerdo con cariño, y aún conservo, mis primeros libros. Cuentos de Andersen, Cuentos de Siempre, Sissi Emperatriz, I tu que hi fas aqui?, aquel osito Padintong que tomé prestado en la biblioteca del colegio cuando tenía apenas 8 o 9 años... La biblioteca. Aquel lugar misterioso con sus paredes tapizadas de libros hasta arriba. También recuerdo el olor de aquel lugar y las veces que me dejaban acudir sola a visitarla. Sí, porque resulta que siempre era la primera en acabar los exámenes y no me atrevía a levantarme la primera, hasta que una vez me armé de valor para hacerlo y tuve mi recompensa: la profesora me envió a la biblioteca a esperar que las demás acabaran.
Y así, despacito, descubrí un montón de autores y un sinfín de mundos reales o inventados que estaban esperando a que yo los visitara. Las lecturas obligadas del colegio y luego del instituto que yo esperaba con verdadera ilusión ya que sabía que de esa manera mi madre tendría que comprármelas. Mi primer premio, el Baldiri Reixac, y su recompensa en forma de libros... Y luego, un día, se cruzó en mi camino un libro de magia egipcia práctica en el que venía una oración al dios Thot que haría que los libros vinieran a mí de infinidad de maneras, algunas mágicas o, cuanto menos, poco convencionales. La recité en voz alta. Desde entonces no me han faltado.
Durante un tiempo los libros me aliviaron de las penas, me ayudaron a crear una realidad mágica paralela a la que me tocaba vivir en aquellos momentos y que no me gustaba. Gracias a ellos escapé de la depresión y de la soledad. Más de cuarenta títulos leídos cada año mantenían mi cabeza ocupada y fueron poniendo los cimientos de la escritora que he querido ser después.
Y entonces llegó Lluna. Lluna con su fragilidad y su ternura, primero. Lluna con su desenfrenada actividad y sus ganas de vivir y de descrubrir cada milímetro cuadrado del mundo. Y con Lluna llegó el cansancio y se esfumó el tiempo. Y sin tiempo no había lectura. Y con cansancio no había ganas de leer.
Hasta que llegó a mí mi pequeña lamparita para libros, un maravilloso invento que me cambió la vida y que me devolvió, en parte, a mi mundo de palabras y frases y a mis ratos de páginas y letras. Os invito a visitar mi nuevo blog donde hablo de algunas de las lecturas que he podido hacer y disfrutar desde entonces: librosalaluzdelaluna.blogspot.com .
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