Hace casi una década escribí El domador de lagartijas un libro basado en anécdotas familiares sobre la posguerra. Básicamente narraciones de las travesuras de uno de mis tíos o cosas que me contaba mi abuelo. Siempre había querido escribir sobre el padre de mi madre con el que tuve una maravillosa relación hasta que murió cuando yo tenía dieciocho años. Mi abuelo fue un republicano represaliado por el franquismo, así es que vivió en silencio y con mucho miedo. A la hora de escribir sobre él no tenía casi nada, sólo estas anécdotas. Además, escribir sobre algo tan personal me resultaba muy complicado, no acababa de encontrar la voz. Así que me inventé un par de niños, Aurora y Ginés, que me ayudaron a crear una historia que, a día de hoy, siete años después de haberse publicado, sigue dándome alegrías. Como he contado mil veces en presentaciones o clubs de lectura, esta historia nació a partir de su título. Ese título lo inventé un día que andaba por un camino rural que me llevaba a la escuela de mi hija; pero esa es otra historia.
El caso es que gracias a mi editora, Ana Coto, mi domador llegó al instituto El Cid de Madrid allá por abril del año 2019. Fue una experiencia preciosa. De ese día es la primera foto que ilustra este post. No os imagináis mi sorpresa cuando, unos años después, una profesora de instituto me contactó por Instagram para decirme que había leído el libro y que iba a ser lectura obligatoria para sus alumnos de cuarto de la ESO. Este ha sido el tercer año que Aurora y Ginés han acompañado a los alumnos del IES Santo Domingo de El Puerto de Santa María y el primero que yo he podido compartir con ellos unos momentos geniales. El 14 de mayo fue un día inolvidable. Aprendí mucho sobre mi libro a través de los ojos de estos lectores. Me di un baño de masas que, misántropa y poco sociable como soy, curiosamente me sentó de maravilla. Larga vida a El domador de lagartijas que ya me ha dado cuatro ediciones (tres reimpresiones).
No hay comentarios:
Publicar un comentario