Por fin el pasado jueves llegaron a casa mis ejemplares de El domador de Lagartijas. El proceso de creación/elaboración de un libro es largo y los tiempos muertos se suceden. El libro nace de la nada: documentación, imaginación, tiempo y muchas horas de trabajo. Escribir. Reescribir. Volver a reescribir hasta que crees que ya no puedes seguir dándole más vueltas o nunca lo verás acabado. En el caso del domador pasaron un par de años hasta que me decidí a registrar su propiedad intelectual y darlo a leer a alguna editorial. Un rechazo, un concurso que no gané y, finalmente, una editorial interesada.
Firmamos contrato. Ahí vuelve a empezar otro largo proceso de corregir galeradas, leer y releer para que todo esté perfecto. Las fotos, la sinopsis, una biografía actualizada... Te pasan la maqueta y ya empiezas a hiperventilar. Hablas con tu editora de cómo te imaginas la portada y ella habla con el ilustrador. Entras en pánico porque te da miedo que no sepa interpretar lo que quieres pero lloras de felicidad cuando finalmente ves el resultado. Luego te llega la contra que aún es más bonita.
Y llega el día en el que todo está listo y esperas a que entre en imprenta. Y entra. Y tú mueres de ganas de verlo. Y llegan las primeras fotos de la criatura. Y esos días hasta que está en tus manos que se hacen interminables... Pero nada dura eternamente, ni siquiera los tiempos de espera. Por fin en mis manos. Esa sensación incomparable del trabajo recompensado, del sueño hecho realidad, de la culminación de un proyecto. Aunque en realidad ahora empieza lo bueno. En menos y nada comenzamos con las presentaciones y la promoción. Ahora el libro ya es de los lectores.
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