Pues a lo tonto a lo tonto, como comentaba hace poco en uno de mis estados de Facebook, y con crisis creativa de por medio, he acabado la primera reescritura de la novela en la que empecé a trabajar el 8 de enero del año pasado y cuya primera escritura finalicé en agosto. Ahora está en manos de mi lector cero esperando viajar al registro de la propiedad para empezar a moverse por esos mundo literarios. O no. No lo tengo muy claro. Las personas más cercanas me insisten en que no lo deje, en que algo tiene que tener lo que escribo para haber conseguido lo que he conseguido hasta ahora. Me dicen que lo envíe a editoriales, un cartucho que no he quemado hasta ahora, o que busque un agente, pero no sé muy bien cómo hacerlo, ni siquiera si quiero hacerlo.
Aunque he vuelto a las andadas no es como antes. Reconozco que he perdido motivación y que no estoy demasiado creativa que digamos. Otra cosa diferente es trabajar textos que ya tenía. Lo de crear sigue en stand by. Por primera vez en mucho tiempo no tengo nada a la espera, ningún proyecto que me ilusione. Sigue sin apetecerme leer como me apetecía antes, y aunque leo cada noche antes de irme a dormir ya no es lo mismo.
Y mientras recupero la ilusión y la creatividad, o no, mientras regresan las ganas, creo que ahora sí es momento de retomar mi novela sobre el Antiguo Egipto. Ya, ya sé que es el cuento de nunca acabar, pero no será que no le pongo voluntad. Desde que nació la idea de escribir La hija del escriba, allá por el 2008 o incluso antes, hasta hoy ha habido muchas letras. Hay bastante trabajo hecho, proceso documental que tendré que refrescar y una decena de capítulos. Tal vez ahora que aun tengo reciente en la memoria el curso de Egiptología la historia avance. En fin, no prometo nada pero voy a intentarlo: Ramsés, querido, volvemos a ser pareja.
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