lunes, 20 de enero de 2014

LOS PREVIOS

Lo mejor de ser escritora es escribir. Parece una obviedad pero no lo es. Hay quien de este oficio se deja seducir por las candilejas, presentaciones, firmas de libros y otros saraos. No es que reniegue de ellos pero, esta que se sienta frente a la pantalla del ordenador, cuando realmente es feliz es cuando está maquinando algún proyecto. Y ahora estoy en ello. Tengo una novela acabada que busca editorial y otra que puse a macerar a finales de año y que retomaré en algún momento. No hay prisa.
Mientras tanto, y para no perder la costumbre, estoy haciendo todos los preparativos que conlleva la escritura de una novela. Los cuadernos de notas y los libros amenazan con invadir mi mesa entrando en seria disputa con las tazas de té. El tiempo se hace corto cuando me dejo llevar a ese mundo inventado que estoy planeando crear. A la vuelta de la esquina o tras una puerta aparece un personaje. De camino al cole o haciendo la comida vivo algo de su vida. Entre las líneas de un informe de Amnistía Internacional aparece la idea para un capítulo que decido contar. Un nombre se asoma entre las hojas de una ensalada como una revelación.
En momentos como este la cabeza es un hervidero de ideas y sensaciones. Esta vez no es tanto el miedo a no poder llevar a cabo el proyecto o a no poner cimientos sólidos para la historia. Es como aquella vez cuando escribí El susurro de los árboles y llegó un momento en que las tristezas de aquellas historias reales no me dejaban seguir. Ahora pugnan en mi interior y me hacen un nudo en el estómago. Desde antes de empezar me preocupa no poder seguir adelante. Para concluir que por todas estas cosas merece la pena seguir adelante con este extraño vicio de escribir.

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