Siempre ando quejándome de lo que ha cambiado mi vida desde que fui madre. En mi defensa diré, que la maternidad es una profesión muy dura y el desgaste físico causa estragos nuestra psique. La experiencia del parto, en mi caso, fue horrorosa. Al sufrimiento físico (por las muchas complicaciones que tuve) se unió el sufrimiento emocional y todos los cambios que van operándose en tu mente hasta que logras acostumbrarte a la nueva situación.
Luego está el cansancio. Noches sin dormir. Largas horas de lactancia durante 17 meses. Un pequeño ser que cual diminuto koala se aferra a una y no la deja escapar. La demanda constante de atención por parte del pequeño. El peso de la responsabilidad de saber que esa personita depende de nosotras en todo momento...
El caso es que, si me paro a pensar, mi yo escritora empieza a tomar forma paralelamente a Lluna, mi luna creciente. El día que recogí mi primer premio literario ella ya estaba en mi vientre. Eso debió de ser una señal. Mi "carrera" literaria (lo digo entrecomillado porque me parezco un poco pretenciosa) se iba gestando al tiempo que lo hacía mi hija.
Todo lo demás también ha venido con Lluna. Zoé Valdés, por ejemplo, me dedicó algo de su tiempo porque, según ella, le transmitía buenas vibraciones. Eso me lo dijo al saber que mi hija se llamaba como la suya, Luna. Yanitzia Canetti también reparó en la carita de bicho malo que tiene mi Lluna y así empezamos a conversar.
Lluna ha sido un talismán de la buena suerte. También lo ha sido su papá, al igual que esta casa de la Luna desde la que escribo. La Luna me cobija y me proteje, ella proveerá.
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