Ayer estuve paseando por mi ciudad. Por sus calles vetustas y atiborradas de gente. Personas anónimas que vienen y van. Gente que mira, vive y siente. Gente.
Busqué la soledad antes de meterme de lleno en esta semana de actividad, en este tiempo de trabajo. También tiempo de ilusiones, no lo negaré. A las presentaciones del libro se suman las entrevistas con los medios. Quiero complacerlos a todos y no decepcionar.
Necesitaba un poco de soledad. Esa soledad que una siente cuando es una extraña entre la gente y cuando camina sin que nadie repare en ella, como si no existiera, como si estuviera ausente. Pasando por los lugares sin alterar las cosas, sin interaccionar con las personas o el medio. Y me sentí bien.
Pasé unas horas deambulando por Barcelona. Me sumé en silencio al bullicio y pensé. Caminé durante horas de aquí para allá y pensé. Me senté a tomar una taza de té en una de sus granjas de toda la vida y pensé. Me fue bien un poco de tanquilidad, un parón en la actividad y dejar de ser, por un ratito, madre, compañera, periodista o escritora.
Los cambios en los últimos años han sido muchos. Estos días mi novela está por todas partes, aunque sea tan solo en mi pequeño universo, y no me acabo de acostumbrar. Esta persona tímida que soy, de tanto en tanto, se resiente y necesita escapar y perderse por su ciudad. Regresé a casa cansada pero con las pilas cargadas y con más ganas, si cabe, de disfrutar de esta ocasión de festejar que he logrado mi sueño. Si llego solamente hasta aquí no importa, al menos lo disfrutaré.
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