Como hoy es un día tan especial para mí, quiero dedicar un rinconcito en este espacio al triángulo que conforma mi felicidad. Ahí está Max, fiel compañero desde hace ya casi siete años. Estuvo a mi lado en la peor estapa de mi vida. Me acompañó y me cuidó cuando tuve la varicela con 32 años y, se podría decir, que es coautor de "El susurro de los árboles" ya que la novela salió de mi cabeza a través de mis manos puestas sobre el ordenador allá en aquella casa desangelada de Sant Cugat en la que habitábamos él y yo. Se puede decir que la novela está escrita a dos manos y cuatro patas, para que nos vamos a engañar.
Luego está Lluna. Creo que la mayoría de las madres coincidirán conmigo en que hay pocas personas a las que se quiera más en el mundo que a los hijos. Además, Lluna y mis pasos en la literatura fluyen paralelos, dándose la mano. También ella es la simiente de lo que está por venir, los sueños, las esperanzas y el futuro.
Y luego está Robert, mi particular contador de historias. Él siempre creyó en mí, desde que sin apenas conocerme leyó mi primer relato. Estuvo a mi lado en todo momento desde la gestación hasta el alumbramiento de "El susurro de los árboles", igual que lo estuvo en el de nuestra hija Lluna. Recuerdo el primer mail que me llegó procedente de Chile, cuando juntos vimos las fotos del pequeño Rodrigo a sus ocho años... quise tirar la toalla pero no me dejó. "Tienes que hacerlo por ellos, no los puedes decepcionar" fue lo que me dijo cuando me sentí abrumada por el peso de la responsabilidad de las esperanzas que aquella gente había puesto en mí. Esta tarde viviremos juntos también este momento que espero sólo sea el primero de muchos más.
Y ahora, voy a prepararme para las siete. Esta mañana se me ha ido entre hacer cuatro cosas en casa, atender el teléfono y unos artículos para Barcelona Divina. En fin, voy a prepararme un poquito los agradecimientos y poco más. Ya os contaré mañana.
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