Antes los veranos quedaban archivados en el recuerdo por la inicial de los sitios a los que iba de vacaciones, igual que los años eran para mí cursos escolares. Ahora, cuando los días pasan tan deprisa que me cuesta situar los recuerdos y en ocasiones debo acudir a las viejas agendas, cada veranos se corresponde con el periodo de escritura de alguno de mis libros.
El de 2009 fue el verano de El Café de la Luna, cuando pasé todo el mes de agosto encerrada en mi estudio para darle forma a unos textos que había ideado como cuentos para enviar a un concurso literario y que acabaron convertidos, según mi editor Josep Forment, en una novela, mi segunda novela. A continuación hubo un par de años de divagar, del miedo a enfrentarme a un nuevo proyecto porque no me veía capaz, de una novela histórica que sigo teniendo pendiente. 2012 fue el año de mi primera novela negra y 2013 el de un proyecto de terror-fantasía (ambos buscan editorial, por cierto) y de nuevo el verano me permitió dedicarme a fondo a ellos.
Este verano de 2014 está siendo el verano de mi novela sobre la posguera española, ese proyecto tanto tiempo postergado. Sí, porque siempre quise escribir sobre ello. Cuando en 2008 publiqué mi primera novela, El Susurro de los Árboles, muchos lectores me preguntaron por qué la dictadura chilena y no la española que me tocaba mucho más de cerca. No lo sabía. Quizás me daba miedo enfrentarme a mis fantasmas del pasado, sufrir. Quería escribir pero no encontraba el pretexto, la historia que me llevara a ese tiempo, el hilo desde el que empezar a desenredar la madeja de la que saldría la trama. Una lagartija me dio la solución. A partir de ese momento me embarqué en un proceso de documentación arduo y apasionante, como casi todos. Esta vez, además, ese proceso me ha llevado a encontrar documentos que hablan de mi abuelo y algunas fotografías de él y mi abuela.
La historia que estoy contando es del todo imaginada pero no puedo evitar saltearla con algunos de los recuerdos de ese tiempo que me ha ido transmitiendo mi familia, anécdotas que no quiero que se olviden. Será mi pequeño homenaje a mi abuelo. Como siempre desde que empecé a escribir, lo hago porque me gusta, al igual que otros hacen ganchillo o calceta o maquetas de barcos. Cuando me embarco en un proyecto nunca pienso en si mi historia llegará a publicarse aunque siempre albergo esa esperanza. Pero lo que realmente me importa es el proceso en sí, desde que nace la idea hasta que la doy por finalizada, ver como va creciendo hasta culminar en la escritura. Sobre esos cimientos se levanta mi carrera literaria, si puedo llamarla así, si no es demasiada pretensión. Cada relato, cada historia, nacen de una necesidad personal de contar algo. Esta vez, el viaje al pasado, la necesidad de una reparación que no llega, me han llevado a vivir momentos muy emocionantes aunque también de miedo porque muchas veces no he sabido qué me podía encontrar. Pero por encima de todo, la experiencia está siendo muy enriquecedora y me está haciendo muy feliz. El verano de 2014 ya tiene el título de una historia con el que pasará a formar parte de mi recuerdo.